martes, 27 de diciembre de 2011

Que no te venca el miedo...


Era un día soleado, todo parecía  estar en perfecto orden, ningún elemento perturbador eliminaba la paz. Se sentía orgullosa del ella misma, había conseguido todos, o la mayoría, de sus objetivos a corto plazo, definitivamente estaba feliz.

Estela se encontraba en pleno centro de una céntrica ciudad, se dirigía a casa de su hermano. Iba por una de esas calles abarrotadas de gente, se sentía segura porque no estaba sola.

Encontró una de esas cafeterías de las que todo el mundo hablaba, decidió entrar, un descanso no la vendría mal. Pidió un capuchino doble, se sentó en una de las mesas del piso de arriba y pasados unos minutos recibió una llamada, era de Eric, su novio.

Decidió hacerle esperar un poco, que se impacientara. Después de unos cinco pitidos decidió cogérselo. Le saludó con un simple “hola” y tuvieron una breve conversación. Poco después su cara cambió, algo no iba como esperaba.

Eric estaba seco, distante, pensó, algo le pasaba, pero se lo estaba intentando ocultar. Empezaron a discutir porque él no confiaba en ella, todos los días pasaba algo parecido, todas las peleas eran por la confianza, porque para ella una relación tenía dos pilares fundamentales: la comunicación y la confianza.

Colgó el teléfono rápido y una lágrima asomó por su mejilla, Eric la había dejado, su relación de 1 año había terminado, pero eso no le importo y tampoco le dolió, porque ella tampoco sentía lo mismo por él debido a que ya no era la misma persona de la cual se enamoró, solamente esta noticia la disgustó.

Miró la hora, ya era tan tarde había pasado tres cuartos de hora en la cafetería y ni siquiera se había bebido el café. Asió el café y se lo bebió rápidamente. Llegaba tarde, hace media hora que tenía que estar en casa de su hermano.

Llegó a la entrada del metro y pensó que debería llamar a su hermano para no preocuparle y así hizo. Le dijo que alrededor de unos 20 minutos llegaría. Seguido, bajó las escaleras mecánicas y llegó al andén. El tren tardaría 5 minutos.

Se detuvo a pensar en el trayecto que tenía que realizar. En la siguiente parada tendría que hacer un trasbordo y luego ya solo tendría que esperar a que llegase su parada.

El tren llegó abarrotado de gente, menos mal que me bajo en la próxima parada, pensó Se subió como pudo y en cuanto se cerraron las puertas, se giró. De repente sintió unos ojos que la observaban, y así era, unos ojos marrones la observaban desde la otra parte del vagón.

Llegó su parada y se bajó en cuanto las puertas empezaron a abrirse, se volvió y vio como la persona que la estaba observando, se bajo también. Una simple coincidencia, pensó, aunque no muy convencida.

Encontró el siguiente andén y otra vez el tren tardaría 5 minutos, se sentó en un banco y vio a ese hombre de los ojos marrones, la seguía observando. Se sentía incomoda, solo quería que la dejara de mirar.

El tren apareció por la boca del túnel, justo a tiempo porque ese hombre se estaba acercando. En cuanto el tren paró, corrió hacía la puerta y se sentó cerca de una de las puertas.

Le quedaban 10 minutos para llegar a casa de su hermano. Miró el móvil, no había cobertura. Sin darse cuenta el hombre el cual la observaba estaba sentado a su lado. Ella se sobresalto, asustada.

De repente sintió como algo duro se clavaba en su costado, era un cañón de una pistola. Él se acercó a su oído y al susurró que no hiciera ningún movimiento brusco ni intentara pedir ayuda por que sino la mataría.

CONTINUARÁ...

jueves, 8 de diciembre de 2011

No tiene prisa.

Él camina despacio, no tiene prisa por llegar, la mochila le pesa, le hace caminar más despacio, pero no le importa.
Sube despacio todos los escalones que le conducen a su casa, llega a la puerta y saca las llaves. La mano le tiembla, intenta acertar en la cerradura, no puede, tiembla demasiado. Después de unos cuantos intentos, acierta y abre con sigilo la puerta. Demasiado silencio, demasiada tranquilidad. Entra y recorre su casa, no hay nadie, sus padres no habían llegado. Se alegra, por fin tendría unos momentos de felicidad.

10 minutos después escucha como se cierra la puerta, ya habían llegado. Les saludo con un simple hola y se encerró en su habitación. Fuera de las paredes de su habitación, la atmósfera se cargo de malestar. Poco después empezaron los gritos, y una lágrima rodó por su rostro. Esto sucedía cada tarde, cada día del año, estaba harto. Su madre empezó a gritar, de dolor. Ella lloraba. Esta vez no iba a salir porque la última vez que intento pararlo, él acabó con un moratón en el ojo y unas cuantas costillas rotas. Él estaba asustado, se sentía impotente, solo deseaba que esta horrible pesadilla termianara cuanto antes.

Esta entrada quería hacerla porque muchas veces los que más sufren con las peleas entre los padres son los hijos.